—Maestro, ¿qué necesita de mí a estas horas de la noche? —Preguntó Skáviðr al entrar en la habitación. —Mm, bueno, toma asiento, —dijo Yuuto, haciendo un gesto para que se sentase.
—¡Luuu la laa! ♪ —Detrás de Yuuto vino una voz cantando desafinada, acompañada por un rugiente viento. La voz pertenecía a Albertina, disfrutando alegremente mientras montaba a caballo.
—Bien, sólo necesito calmarme. Cálmate. —Yuuto puso su mano sobre su propio pecho, y se concentró en respirar hondo. En un fiel reflejo de su estado de ánimo actual, el corazón de Yuuto martilleaba como la campana de un reloj despertador anticuado.
Yuuto era completamente incapaz de moverse, como un ciervo congelado en los faros. La situación empeoraba a cada minuto. ¿Cómo terminaron las cosas de esta manera?
El viento era fuerte esa noche. Se sintió especialmente fuerte para Alexis, parado en lo alto de Hliðskjálf. No podía verlo en ese momento desde lo alto de la torre sagrada, pero una gran ciudad se extendía en la oscuridad debajo de él.
Glaðsheimr, la capital del Santo Imperio de Ásgarðr estaba situada en el centro del continente, donde se reunían todas las riquezas de los territorios circundantes, bendecidos por la tierra fértil concedida por el río Ífingr.
La noticia de la muerte del patriarca soberano del Clan Pezuña, Yngvi, se extendió como pólvora por todo el campo de batalla. Al principio, los miembros del Clan Pezuña en el campo de batalla no lo creían o lo descartaban como mentira, pero en el consiguiente silencio de su cuartel militar, sus dudas empezaron a crecer.
Originalmente, el Clan Pezuña había sido una rama de una familia del Clan Jabalí, un clan que había ejercido una gran influencia en toda Álfheim, pero luego se habían convertido en un pequeño clan al recluirse en la parte más occidental de Álfheim, que por cierto era la punta más occidental de la propia Yggdrasil.